Puno es un departamento de población multiétnica en donde coexisten quechuas y aimaras en uno de los territorios más agrestes del Perú. A junio del 2012 se tuvo una población proyectada de 1377122, lo que convirtió al departamento en el quinto más poblado del país. A través de los censos se observa una tasa de crecimiento en aumento, que alcanzó su cúspide en el periodo 1981-1993 (1.6% anual), para luego descender a 1.3% en el último periodo 1993-2007. El avance de la población rural y un mayor nivel educativo de las poblaciones rurales hacen que la planificación familiar aumente y, por lo tanto, disminuyan los embarazos.

En cuanto al medio en el que se desarrolla, al 2007 Puno poseía un cierto equilibrio entre su población urbana (49.7%) y rural (50.3%). Sin embargo, si se observan estas cifras con detenimiento, la población urbana tiene una mayor tasa de crecimiento, con 2.7% anual frente a una reducción de -0.2% de los habitantes rurales. Esto indica que, en el mediano plazo, la población puneña se concentrará más en las ciudades que en el campo.

Sobre la migración, Puno es un departamento expulsor. Al 2007 se registró que solo el 3.4% de la población total provenía de otros departamentos o del extranjero, mientras que en el mismo periodo se censaron a 322363 puneños que vivían fuera de la región. Los principales destinos fueron Arequipa (36.6%), Lima (24.3%) y Tacna (20.1%).

Tras varias décadas de crecimiento desde el censo de 1940, la población de Puno ha comenzado a desacelerar su tasa anual de crecimiento. Sin embargo, se estima que su población seguirá aumentando y alcanzará casi el millón y medio de personas para el año del bicentenario (2021).

Crecimiento de la población de Puno

El 31.9% de la población puneña tenía menos de 15 años en el 2007. Una reducción significativa desde el censo de 1993, cuando este grupo constituyó el 43%. El grupo de 15 a 60 ha ganado terreno, pues, de conformar un poco más de la mitad de la población en 1993, llegó aproximadamente al 60% en el 2007. En cuanto al género, los hombres representan al 49.9% y las mujeres al 50.1%; es decir, existe paridad.

Distribución por género y edad de la población de Puno

Distribución por género y edad de la población de Puno en el año 2007.

Las provincias de San Román y de Puno concentran al 37.8% de la población total del departamento. En ambas se encuentran los principales centros urbanos y las actividades económicas que atraen a pobladores de las demás provincias.

Población por provincias de Puno

Población por provincias de Puno en el año 2012.

Es difícil determinar la población con que contaba el imperio incaico al momento de la llegada de los españoles, entre otras razones porque los incas no realizaban censos y los coloniales registran el número de indios tributarios y no el de individuos. La estimación más aceptada es la de diez millones de habitantes, aunque los extremos postulan cifras que van de tres a treinta y dos millones. De lo que sí se tiene certeza es de que la caída demográfica fue sumamente brusca y que ella fue producto de numerosos factores.

Noble D. Cook estima que en 1530 la sierra sur tenía un millón de habitantes, los cuales se habían reducido, cien años más tarde, a poco más de trescientos mil. Casi todos los historiadores están de acuerdo en que las epidemias jugaron un papel muy importante en este descenso, sobre todo en los primeros tiempos de la presencia hispana. Los habitantes de América fueron expuestos bruscamente al contacto de gérmenes patógenos nuevos y, desprovistos de defensas, sucumbieron en masa.

También las expediciones y las guerras, entre ellas las llamadas civiles de la Conquista, diezmaron a la población indígena. Pero, sin duda, fueron las medidas de orden socioeconómico, impuestas cuando ya se había estabilizado la Colonia, las que produjeron el daño mayor. Por lo pronto, la desestructuración social, que alteró el sistema de previsión social basado en los depósitos de alimentos y en la redistribución en caso de un desastre natural, como una sequía o una inundación, dejó inerme a la mayoría de la población. En una época en que para sobrevivir se dependía tanto del clima, afrontar una mala cosecha en esas condiciones podía significar una verdadera catástrofe demográfica. El llamado “cansancio vital”, que habría llevado a un descenso en la fertilidad y a un estado de ánimo que quizás marcó hasta hace muy poco el carácter del campesino andino, ha de haber tenido su origen en experiencias de ese tipo.

Entre esas medidas hay que mencionar tres, que están estrechamente relacionadas: las reducciones, el tributo y el servicio de la mita. Como se sabe, el virrey Francisco de Toledo impuso las reducciones como una forma, en teoría, de adoctrinar mejor a los indígenas en la religión católica. En la práctica, fue también una manera de ordenar a la población para que prestase servicios personales a los encomenderos y hacendados. En el sur, el servicio por antonomasia fue la mita de Potosí, a la que debían concurrir, por tumos de cuatro meses cada siete años, los indígenas varones entre los veinte y los cincuenta. Supuestamente, ésta era la ocasión para que pudieran obtener el dinero necesario para pagar el tributo.

Este servicio, costosísimo en términos demográficos, provocó, además del despoblamiento de localidades enteras, cambios sustanciales en la distribución geográfica de la población. Durante el siglo XVII, en muchas regiones de la sierra, especialmente la del sur, se dio el fenómeno de los indios forasteros, es decir, aquellos que, para librarse de la mita y el tributo, abandonan sus ayllus y ofrecen su fuerza de trabajo a las haciendas y los obrajes o engrosan el contingente servil de las ciudades.

Naturalmente, los cambios demográficos se dan con diferente 1 ritmo aun dentro de una misma región. En el Altiplano, por ejemplo, son notables los casos de Chucuito, que sufre menos pérdida por ser encomienda directa del rey, y Juli, donde, como ya mencionamos. 1 los jesuitas establecen un régimen que protege, dentro de lo posible, a la población indígena. El éxito de esta última experiencia puede medirse por el hecho de que en Juli, en 1634, se registran 6000 indios forasteros, atraídos sin duda por las ventajas que el lugar ofrece.

El descenso de la población va desacelerándose en los últimos años del siglo XVII y empieza una lenta recuperación. Se calcula que sólo hacia finales del XVIII Puno alcanza la que tenía en 1580, y que recién en el siglo XX llegará a las cifras de antes del arribo de los conquistadores. Este crecimiento demográfico ha sido puesto en correlación con la decadencia de Potosí y con la eliminación de la mita, así como con el surgimiento de otros centros mineros en la propia región de Puno como las minas de oro de Carabaya, que dieron lugar a la formación del poblado de San Juan del Oro; las de Poto; las minas de plata de San Antonio de Esquiladle, Paratía, Umpuco, Laripata, entre otros que hace que los indígenas ya no tengan que desplazarse a tanta distancia.

Durante el siglo XIX la población crece consistentemente, pero sigue siendo, en su inmensa mayoría, rural. Aunque ya se han producido cambios con respecto al siglo XVII, el cuadro de pueblos y ciudades del censo de 1876 todavía no permite vislumbrar la correlación actual entre los centros urbanos. Por ejemplo, Huancané cuenta aún con más pobladores que Puno, y los 6276 habitantes de Juliaca no hubieran podido imaginar cuánto crecería desde entonces su ciudad.

Durante la Colonia, la organización del espacio estaba en función de las necesidades doctrinales (y de la mita) o de las actividades productivas (centros mineros o artesanales). En tiempos más recientes, las comunicaciones empezaron a jugar un rol importante. Por ejemplo, al articularse mejor el departamento de Puno con los del Cuzco y Arequipa, los poblados que se encontraban al margen de estas rutas quedaron relegados. La propia ciudad de Puno, que como centro administrativo y capital de departamento tenía asegurada una cierta primacía, se vio amenazada cuando el establecimiento del ferrocarril privilegió la situación de Juliaca, antes sólo un pequeño poblado.

La evolución de estas dos ciudades puede graficar las nuevas direcciones de crecimiento del departamento, pues son ellas las que reciben el mayor número de migrantes de una población que, aunque todavía mayoritariamente rural, tiende a ser urbana. En 1940, los habitantes de Puno son 13 800, en tanto que los de Juliaca, apenas 6 000. Veintiún años más tarde, Juliaca (20 400) se acerca a la capital (24 500); en 1972 la distancia se acorta dramáticamente (39100 frente a 40500); y en 1981 ya Puno (67600) ha sido sobrepasado por la capital de la provincia de San Román (77 200) en una tendencia que se confirma en los estimados del año 2000 (134200 y 200800, respectivamente).

En números absolutos, la población total del departamento, estimada al año 2000, es de 1231119 habitantes. Su tasa de crecimiento anual, entre 1980 y 1990, fue de 1,3%, frente a una media nacional de 2,6%. Sin embargo, la tasa de natalidad (28,9 por mil) es más alta que la media nacional (26,8). Esta aparente contradicción se explica no sólo por una alta tasa de mortalidad infantil, sino por un fenómeno que ha caracterizado a la zona del Collao quizás desde tiempos inmemoriales: la emigración.

Puno ha sido siempre una zona exportadora de hombres. Aquellos que su suelo natal no puede sustentar, emprenden el camino de la emigración. Esta tendencia se ha acentuado en Puno en ciertos períodos (el siglo XIX, la actualidad), pero la misma fundación del imperio incaico tiene su origen en un fenómeno de esta naturaleza. Y las direcciones de la emigración de antes fueron quizás muy parecidas a las de hoy: Arequipa, Cuzco, Tacna, a los que ahora sólo hay que sumar Lima. En 1940, Puno tenía 7557 inmigrantes, frente a 35688 puneños que había dejado su departamento; 41 años después, lo inmigrantes eran sólo 28 650, contra 216133 emigrantes; y en 1993, la brecha había crecido aún más: 36024 inmigrantes frente a 297487 emigrantes.

Por otra parte, hay que tener también en cuenta indicadores como la mortalidad infantil, que en el 2000 fue de 59 por 1000, tasa sólo superada por Apurímac, Cuzco, Huancavelica y Huánuco; indicadores que deben estar asociados a ciertas deficiencias en los servicios, como los de salud (en Puno hay 3 médicos por cada 10000 habitantes), de vivienda (únicamente el 29,8% de las casas tienen acceso al agua de la red pública; el 16,7% a la red de desagüe y 53,3% a la electricidad; frente a los respectivos 60,8%, 45,1% y 69,9% del promedio nacional), o niveles de pobreza (el 78% de la población puneña es considerada pobre, nivel sólo por debajo de Huancavelica y Huánuco).

Según Garcilaso, el “Collasuyo es una provincia grandísima que contiene en sí muchas provincias y naciones debajo de este nombre Colla”. Los cronistas registran los nombres de algunos grupos étnicos como los Canas, Collaguas, Ubinas, Pacasas, Canchis y Charcas, pero el hecho de que el cuzqueño tuviera que remarcar que “los collas son muchas y diversas naciones” indica que ya, en la conciencia de la gente, se iba camino a la uniformización. Ahora esas distinciones han caído en el olvido a lo más se hace referencia a los Collas y los Lupacas la que se emplea y tiene un sustento lingüístico, es la de quechuas y aimaras.

Los quechuas llegaron al Collao con la conquista incaica e impusieron su idioma a parte de la población nativa. Hablando en términos gruesos, podríamos decir que los collas aprendieron quechua, en tanto que los Lupacas, cuyo reducto son las provincias de Chucuito y Huancané, conservaron el aimara.

Desde esas lejanas épocas, quechuas y aimaras conviven pacíficamente en el Altiplano. No obstante, y a pesar de que esas denominaciones no hagan necesariamente referencia a rasgos raciales, la impronta lingüística es tan fuerte que establece una cierta diferencia entre ambas comunidades. En el siglo XIX, el viajero francés Paul Marcoy hacía notar el hecho curioso de que en los muelles de Puno los quechuas amarraban sus balsas hacia el norte y los aimaras hacia el sur. Hoy esa práctica se ha trasladado a los barrios de la ciudad, habitados los del norte por los de habla aimara, y los del sur por los de lengua quechua.